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View deal. Hostal Ana Belen. See more nearby hotels. San Juan Hostel Madrid. Por el camino iba pensando en aquellos años de la era pre-smartphone en los que, en Madrid, bastaba con ir por la calle para ligar. Pero fui a los dos. Y en los dos encontré bastante chicha. Pero lo que me llamó la atención fue que uno de los dos urinarios estaba tapado con una bolsa de basura.

Me pareció sospechoso, como también me lo pareció la multitud de papeles que encontré en la papelera.

Good to know

Es decir, en ese baño las personas se lavaban mucho las manos y les habían prohibido hacer pis una al lado de la otra. No había nadie cuando llegué, así que me instalé de pie en el meadero que no estaba inhabilitado. Al poco rato entraron un hombre de unos cincuenta y otro de alrededor de treinta.

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Con la puerta abierta. Claramente, estaban deseando que me fuera. Y así hice, me fui a inspeccionar otra planta. Baños de clausura, personas meando sin mear y exceso de lavado de manos. Sólo disponía de un urinario, y estaba ocupado. También lo estaban los dos baños, donde había personas que, o no hacían ruido al mear, o no estaban meando.

Hedor, ambiente cargado, miradas. Me puse a lavarme las manos, o a hacer como que me las lavaba, y nadie se movió. Entró un chico de unos 25 años que al ver el percal, salió en seguida, sin antes lanzarme una mirada de identificación. Decidí salir tras él, por si decidía ser mi guía hacia otras instalaciones. O por si de repente era el amor de mi vida. Cuando salí me lo encontré haciendo como que miraba las cosas que había en la planta, justo a la salida de los baños: lazos, artículos de mercería, rellenos para sujetador y madejas de lana de colores pastel.

Pero me miraba, y mucho, desde donde estaba. Al verme salir e ir hacia él, emprendió la marcha. Lejos de llevarme hacia donde yo pensé, me descubrí siguiéndole por todo el centro comercial hasta su novia, que estaba mirando, en la planta de abajo, planchas para la ropa. Cuando entré en el baño estaba desierto. Lo consideré normal, nadie podría querer follar allí con la decoración que encontré en las paredes. Me fui a otro sitio, espantado.

Un baño donde, por encima de a pis y a heces, olía a sexo. En mi época de estudiante, yo trabajé en Fnac. Era para vigilar el cruising. De todo. Serían suficientes para lavar mi imagen a ojos del vigilante de seguridad, que sabía que sospecharía de una persona con las manos vacías. Personas allí paradas mirando sus móviles, mucho trasiego arriba y abajo de las escaleras… Y me animé, lo de la Fnac no era cruising de ollas y rellenos de sostén, era cruising intelectual. Cuando subí, todo se desmoronó. El baño de hombres había sido, literalmente, fasciculado, para impedir cualquier interacción masculina homosexual.

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Habían matado al cruising. No me interesaba. Había vivido al lado y lo conocía como la palma de mi mano. Sabía que aquella misma escalera de caracol era un lugar de encuentro, y que aunque pusiera "sólo personal autorizado" el acceso no estaba cerrado por ser una salida de emergencia. Lo sabía todo.

Y todo seguía como yo lo conocía. Puede que hablando de dónde pueden ir para estar tranquilos. Puede también que hablaran del PIB mundial, aunque lo dudo. La planta primera estaba abarrotada, llena de señores que, seguramente, hacían sus compras navideñas. Hasta la bandera. Allí no había cruising.

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La combinación de niños y lugares de cruising me resultaba verdaderamente poco deseable. Verdaderamente aquí sí hay tomate. Aunque sé a lo que voy y lo que me voy a encontrar, me siento muy violento por la escena. Entre estos tres hombres se ha establecido una sinergia y una complicidad que yo no tengo. Me voy. Quiero inspeccionar la segunda planta e irme. Definitivamente El Corte Inglés no es un lugar que me resulte sexy en absoluto. Cuando entro en los baños de la segunda planta, identifico en un urinario a un hombre que había visto en la escalera anteriormente.

A su lado, un niño pequeño y al lado de él, probablemente el padre del niño.