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Lejos de llevarme hacia donde yo pensé, me descubrí siguiéndole por todo el centro comercial hasta su novia, que estaba mirando, en la planta de abajo, planchas para la ropa. Cuando entré en el baño estaba desierto. Lo consideré normal, nadie podría querer follar allí con la decoración que encontré en las paredes.

Me fui a otro sitio, espantado. Un baño donde, por encima de a pis y a heces, olía a sexo.

Una ruta por Madrid en busca del cruising perdido

En mi época de estudiante, yo trabajé en Fnac. Era para vigilar el cruising. De todo. Serían suficientes para lavar mi imagen a ojos del vigilante de seguridad, que sabía que sospecharía de una persona con las manos vacías. Personas allí paradas mirando sus móviles, mucho trasiego arriba y abajo de las escaleras… Y me animé, lo de la Fnac no era cruising de ollas y rellenos de sostén, era cruising intelectual.

Cuando subí, todo se desmoronó. El baño de hombres había sido, literalmente, fasciculado, para impedir cualquier interacción masculina homosexual. Habían matado al cruising. No me interesaba. Había vivido al lado y lo conocía como la palma de mi mano. Sabía que aquella misma escalera de caracol era un lugar de encuentro, y que aunque pusiera "sólo personal autorizado" el acceso no estaba cerrado por ser una salida de emergencia. Lo sabía todo. Y todo seguía como yo lo conocía. Puede que hablando de dónde pueden ir para estar tranquilos.

Puede también que hablaran del PIB mundial, aunque lo dudo. La planta primera estaba abarrotada, llena de señores que, seguramente, hacían sus compras navideñas. Hasta la bandera. Allí no había cruising. La combinación de niños y lugares de cruising me resultaba verdaderamente poco deseable. Verdaderamente aquí sí hay tomate.

Aunque sé a lo que voy y lo que me voy a encontrar, me siento muy violento por la escena.

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Entre estos tres hombres se ha establecido una sinergia y una complicidad que yo no tengo. Me voy. Quiero inspeccionar la segunda planta e irme. Definitivamente El Corte Inglés no es un lugar que me resulte sexy en absoluto. Cuando entro en los baños de la segunda planta, identifico en un urinario a un hombre que había visto en la escalera anteriormente. A su lado, un niño pequeño y al lado de él, probablemente el padre del niño.

La imagen me resulta espeluznante. Para no olvidarme de contaros esto, hago una foto sigilosamente y me voy. Cuando salgo por la puerta y ya fuera del recinto de los baños, alguien me agarra del brazo, con fuerza. Es él. Se dio y cuenta y me obligó a borrar las fotografías. Me entra mucha impotencia, tengo muchas ganas de enfrentarme a él, de decirle que adelante, que llame a la policía y que yo les diré lo que estaba haciendo él en presencia de niños pequeños, que les enseñaré las fotos.

Pero decido callarme y le enseño el móvil.

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No soy nadie para decirle eso y, en realidad, tiene razón. Borro las dos fotos que había hecho y me voy. Al irme me insulta y me amenaza.

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Pues eso. Salgo del centro comercial bastante contrariado, con el corazón latiéndome fuerte, pero también con una idea clara: Nadie debería exponer a la infancia a la sordidez que he vivido en estos baños. Sólo me quedan dos lugares por visitar: Por el parque hay, sobre todo, personas paseando perros y otras haciendo deporte. Hace mucho frío, pero no tengo ropa de deporte, así que no tiene sentido que me ponga a trotar, de momento. Busco un sitio donde sentarme a esperar y ver quién llega. Cuando los niños se van, los mayores vienen a jugar aquí.

A otra cosa. En seguida aparece una persona que, ni lleva perro, ni ropa de deporte. Camina mirando a su alrededor, y solo puede venir aquí a esta hora a una cosa, así que decido seguirle. Con sigilo, porque he aprendido la lección. Y se mete en los arbustos. Es noche cerrada y dentro de los arbustos hay oscuridad total.


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